Tides of Change / Elegía al verano


Deberías terminar pronto. Siento una presión extraña en la nuca cada vez que te acercas, cuando te veo venir con la espalda volteada al viento, empujada por alientos del trópico hacia mí y mi vida. Colapsamos, tú y yo, yo tolerándote a duras penas, tú que ni te das por aludida. Y entonces, caos. Caos en mi existencia de rompecabezas prearmado de donde desprendes piezas, que haces volar en direcciones distintas, como estrellas ninjas cortantes, lacerantes, con efecto de búmerang. Ellas vuelven cambiadas, desconocidas, y claro, queda como tarea del cátcher natural en el que me convierto cuando vienes tú agarrarlas, frenarlas, quedarme sin falanges en el proceso de ponerlas de nuevo en su sitio. Y, naturalmente, no encajan, hay que forzar esas piezas para que formen un cuadro totalmente distinto del que se desprendieron... el rompecabezas anterior se destruyó, este es uno nuevo. Uno nuevo donde yo no encajo en el centro como solía hacerlo, por lo que me muevo al borde de un risco, me tiro con los ojos abiertos, a sabiendas, me despellejo contra el suelo y vuelvo a nacer. Como el fénix, pero sin el fuego. O tal vez él esté sólo en el temperamento irascible. Quién sabe.

Yo sé que muero y nazco cada cinco minutos, a eso no le tengo miedo. Tú me llamas la atención sobre eso, y no me importa. A otros sí. Por eso te tienen pánico. Castañean sus dientes cuando te pintas en el horizonte con tus tenues azules, tus rojos infierno, tus verdes enfermedad. Y ellos de pálido blanco. Pero yo no, te conozco, somos viejos conocidos. Yo sé que eres esa época responsable de mi despellejamiento. Sé que eres inevitable, molesta, arisca e inmortal, como el clima. Pero te diferencias de él: no eres nunca tan constante. Ni remotamente predecible. Sólo te siento pasar como un cambio brusco de temperatura, como un repentino encapotado del viento, cuando ya vas a provocar el temporal. Entonces, todo se moja, se satura de moho, se oxida y se vuelve resbaloso. O venenoso. O se rompe. Es allí cuando saco mis instrumentos de limpieza y me dedico a la labor del conserje. Porque ya estoy acostumbrado a tu intempestividad, a que pases revoloteando sin previa advertencia, a que te instales con tus desiertos movibles a desintegrar mi cronograma vital. A lo que no me termino de acostumbrar es a la falta de orden. Si avisaras antes de pasar sólo de visita, sería muy bueno. Te voy a instalar un timbrecito en la puerta.

Lo que sí te digo que me rompe la paciencia -como sabes, no tengo mucha- es que te instales. Recuerda que eres una tormenta pasajera, algo que dura a lo sumo unos pocos meses. Pero no más. Porque, ¿qué hace uno con recoger un jarrón que tumbas y ponerlo en su sitio, si cuando te volteas a ordenar los cubiertos tumbaste el jarrón y las flores que uno había puesto dentro? Tengo que poner todo en su sitio de nuevo -o nuevo-, y mientras estés por ahí rondando, no soy capaz. No podemos coexistir tú y yo a la misma vez, en el mismo sitio, por mucho tiempo. Dime que te quedarás y yo felizmente me largaré. O te botaré a patadas, y me obligaré a encerrarme en un cascarón inmutable, donde los platos estén en la alacena habitual.

Oye, no te amargues, te invito a pasar de visita cuando tengas que hacerlo, pero entiéndeme, no te puedes quedar. Al fin y al cabo, la experiencia te debe cansar a ti también. Eso de deshacerme la vida con gesto de niña divertida debe cansar bastante. Vete a casa, descansa, y regresa cuando el destino te llame a la puerta y te dé el próximo pasaje de avión. Yo estaré ahí, al borde del risco, viéndote aterrizar, asegurándome de que llegues a salvo para luego tirarme y recibirte, como un hombre nuevo. Te lo prometo.

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