De Cluetrain y la inseparabilidad de las almas

Hace 7 años alguien entendió que las estructuras verticales de mando que las compañías han venido patentando desde hace tanto tiempo no funcionan con respecto al mercado, porque éste no se puede subyugar: ¿cómo subyugar algo tan heterogéneo, tan complicado y tan cambiante como un mercado?

Hace 7 años alguien le dijo a las compañías en su cara lo que se les ha debido decir hace muchísimo tiempo: tú existes porque yo, el consumidor, el mercado, te necesito. Pero tú tienes que recordar que tú me sirves a mí, no a la inversa. Tú trabajas para mí, porque mi necesidad te creó. Yo te mantengo. ¿De dónde provienen tus ingresos? Tú no me los quitas, yo te los doy. Así que amóscate, porque si no me hablas, yo no te hablo y tú quiebras.

Hace 7 años alguien le dijo a las compañías que su lenguaje artificial no funciona para hablarle a alguien de carne y hueso, aún si éste es parte indispensable (o dispensable, da lo mismo) del motor que creó ese lenguaje. Los clientes y los empleados no son estadísticas: ambos son seres humanos que esperan comunicarse con otros seres humanos, no con entes superiores que les dicten qué hacer desde el Olimpo empresarial. El que se siga imaginando un esquema de Shannen y Weaver como paradigma de la comunicación empresa – empleados - consumidores, está tan equivocado que probablemente dentro de poco su cabeza ruede por Wall Street, por la Bolsa de Caracas, por la calle del vecino.

Y era inevitable que esto sucediera así, porque los mismos perfectos engranajes de la compañía, que hacen que ella funcione, respire, lata con el ritmo del mercado, se pueden desprender de muchas cosas al entrar por la puerta de la empresa, pero siempre cargan una de ellas encima: el alma. Siempre querrán comunicarse, así tengan que hacerlo a través de las paredes impuestas por una relación de poder vertical. Las almas se tocan todo el tiempo, sin importar las frías barreras que se edifiquen a su alrededor. Negarlas, pues, crea entes huecos, desalmados, meros caparazones de una estructura que ya suena falsa. Negarlas hace de las empresas y compañías monstruos mecánicos, con aceite como único jugo.

En esta tierra tan digital pero tan humana a la vez todos tenemos alma, y todas las almas están, gracias a los mercados (que no son los mercados sino mis mercados, tus mercados, los mercados de él, los mercados de nosotros...), en perpetua comunicación. Es en estos mercados donde hablan y se entienden nuestras almas. Entiéndase, por ende, que todo lo que parezca falso, incoloro, que se vea más como Frankestein que como el que te ve desde el espejo, no lo admitiremos. Señoras compañías: dejen de esconder sus almas, porque el disfraz provocará su muerte.

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