Del ser que no está

Nada más vasto que las cosas vacías. – Francis Bacon

Es un secreto a voces que el hombre contemporáneo vive en un mundo virtual donde lo real no tiene relevancia. El problema de este secreto es que todos lo saben pero no lo conocen. La interconexión a infinitos medios, que representan una realidad lejana e intocable para los sentidos primigenios, se ha convertido en una prótesis tan necesaria como la intubación para aquel al que sus pulmones fallan. Pero no son los pulmones los que han colapsado, sino la conciencia de la verdadera vida, aquella que transcurre ante los ojos con cataratas de información.

El vivir se ha intercambiado, como contrato de garantía, por la necesidad de estar en todos lados. La búsqueda de la omnipresencia formada por el saber la realidad, han conducido a la pérdida del conocimiento; es decir, estar en todos lados y en ninguno de ellos a partir de obtener sólo pequeñísimos fragmentos de lo que transcurre frente a las narices. Estos fragmentos, sin embargo, caen como una lluvia de meteoritos: inalcanzables, indigeribles y chamuscantes al toque… aunque se haya perdido totalmente el sentido del tacto.

El constante bombardeo de partículas estelares ha hecho del hombre contemporáneo un experto en técnicas de túneles y barricadas. Bajo ellas, se entrega a la pérdida del sentido de la temporalidad, al letargo infinito y a la escucha atónita y babeante de ruidos que no consiguen despertarle, justamente por su sonido arrullador. Ya el furor de la diana, la trompeta matutina, no consigue ponerle en pie para desperezarse de una guerra en contra de su propia existencia.

Y es que el hombre contemporáneo, enchufado a un respirador artificial de pedacitos mediados, ha perdido el gusto por saberse partícipe de algo que es real. La necesidad de estar perpetuamente paladeando un océano de posibilidades que resultan imposibles de comprobar, ha creado una fractura entre la noción del ser y del estar. Se ha concluido entonces, en el mundo contemporáneo, que el omnipresente puede verlo todo a la vez y se definirá a sí mismo como un ser. No obstante, ¿de qué sirve ser si no se está?

Comunicarse entre seres con infinitas cargas de metralla informativa ha causado una migración masiva entre dos mundos: el real y el virtual. Y, al paso en el que avanza la tecnología y se reduce la interacción con el mundo real, el ser será uno con el mundo virtual, una figura etérea e intangible de él. El ser será, pero no estará. Y si no está, ¿será?

Comentarios

Anónimo dijo…
Señor.ñor

esto me gustó.
[en serio]

bastante.

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