De los estándares y los seres serializados


El régimen Nazi, durante sus años de reino en Alemania, recurrió a la numeración serializada con tatuajes para identificar los prisioneros de guerra, especialmente los que deambulaban sin destino, sentido o alimentación alguna en los campos de concentración y de exterminio. Con estos números, conocían al instante su procedencia, afiliación y condiciones médicas, haciendo uso de detalladas listas elaboradas por los agentes de la SS Totenkopf o Cabeza de Muerte, guardianes oficiales de estas instalaciones. Ciertas combinaciones numéricas eran utilizadas para describir la razón de su cautiverio: prisioneros políticos, judíos de primera, segunda o tercera generación y alemanes que se habían “ensuciado” al mezclarse con estos últimos.

No obstante, los tatuajes nacieron ni murieron con la caída del Tercer Reich. Al contrario, se han perpetuado –aunque de manera menos notoria, al menos en el aspecto físico- a lo largo de las distintas etapas de la Historia, en la forma de de estigmas o emblemas que el individuo muestra inequívocamente en su trato social cotidiano. Asuntos como el estrato socioeconómico, el trabajo que lleva a cabo, el nivel de educación y el entorno en el que se desenvuelve, permiten puntualizar al ser humano, esquematizarlo e identificarlo para ser sometido a juicios superficiales por otros seres humanos. De esa forma, los blasones grabados en el individuo por la vida que ha llevado o lleva permiten identificarlo –para bien o para mal- con un estándar, con un grupo que comparte las mismas características.

La modernidad y la posmodernidad se han encargado de fabricar seres que, lejos del concepto de individuos, pueden ser fácilmente agrupados en torno a un “estándar”, extirpándoles toda cualidad de entes originales para convertirlos en un producto inexorable de su entorno, de su pasado y de un futuro prácticamente cierto. La “segmentación de los target” tan recurrentemente utilizada por empresas y medios de comunicación para definir su público objetivo, los censos de múltiples –pero limitadas- categorías y las especializaciones en la formación profesional, han creado progresivamente una gama amplia pero finita de posibles combinaciones para la vida. Así, el humano se ha convertido más en un miembro de un estándar que en un ser mismo: un subproducto fácilmente ubicable entre combinaciones ceros y unos, el resultado de una prensa que repite sistemática y metódicamente una impresión sobre la misma carne blanda que es la materia prima.

El hombre contemporáneo está producido en serie, es un ser serializado. La variedad de las series ha aumentado conforme avanza la tecnología, pero las categorías siguen existiendo. Ya no sólo los sobrevivientes de los campos de concentración cargan a cuesta su tatuaje numerado: todos los que habitamos el mundo contemporáneo llevamos uno, imborrable e imbatible, que permitirá la categorización para propósitos múltiples pero a la vez limitados. Así, perdemos la identidad para convertirnos en uno más de cientos, miles, millones, que estamos recluidos en una pequeña gran aldea global.

Comentarios

Yimmi Castillo dijo…
Tranquilo... la masividad se está muriendo... cada vez seremos más individuales, es cuestión de naturaleza humana. Ningún humano es idéntico a otro. Es cuestión de tiempo, y ya que da relativamente poco.

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