Los últimos meses...

Hola a los que leen este espacio frecuentemente,

Siento que tengo un deber con ustedes al mantener el espacio actualizado. Si no lo he hecho, disculpen, he estado en los últimos meses viviendo. ¿Por qué viviendo -se preguntarán ustedes- si este tipo no se ha muerto? No, no me he muerto, pero me he sentido más vivo que nunca en los últimos meses.

He descubierto varias cosas sobre mi persona que antes me dejaban en ocasiones sumido en alguna especie de estasis, de la que no me podía mover. Estasis en la que sólo podía rumiar sobre las cosas que me pasaban, masticarlas una y otra vez hasta convertirlas en un bolo insaboro, inoloro e incoloro. Pero no más, no tiene sentido hacerlo así.

En el heptálogo que publiqué en la entrada pasada, dije que el pasado es sólo una luz o una sombra detrás de nuestras espaldas, pero nada más. Es un pedazo de vida que ya se fue pero que a la vez sigue vivo dentro de nosotros, y no nos queda otra que actuar con él -o golpearnos frenéticamente contra la puerta de madera hasta que se vaya, por una hemorragia interna.

Lo que nunca, nunca deberíamos hacer, es dejar que ese pasado condicione nuestro presente, porque el presente es uno, irrisoriamente corto, insólitamente pasajero, y no vivirlo bien deja el mal sabor de boca del que se sabe inerte. Hay decisiones que llevan a caminos con bifurcaciones, baches o incluso barrancos. Y, en esas peculiaridades topográficas, no hay mejor mapa que uno mismo.

Tomar las decisiones erradas -no porque moral, ética o espiritualmente estén mal, sino porque lo sabremos cuando el tiempo, tan sabio él, nos pase por encima- termina doliendo. Crea cicatrices. Deformidades en la piel del ser que escondemos con maquillajes de otros. Nunca queremos que nos vean como somos, porque tenemos miedo de que corran despavoridos. Al final, siempre termina sujeto a los demás, porque somos seres sociales y tenemos nuestros espejos emplazados en los ojos de los que nos miran, en los oídos de los que nos escuchan, en los dedos de los que nos tocan. Es inevitable: es la naturaleza humana. Pero lo más seguro es que ese mismo miedo provenga de la misma falta de voluntad de vernos como somos, repletos de defectos, navegadores en un río inacabable de autoperfeccionamiento.

Cuando ese miedo se apaga poco a poco, dejamos que los espejos se caigan y se rompan para convertirse en nuestros propios ojos, en nuestra propia boca y en nuestra propia mano, finalmente estamos vivos y no jugando en alguna mascarada sin fin. El miedo siempre va a estar allí, si no estuviera no tendríamos por qué mejorarnos a nosotros mismos y nos convertiríamos en buques derivando en los ríos de la autocontemplación y las cercanías de una vida fatua, sin sentido, o lo que es lo mismo: morir en vida. El miedo es nuestro viento, pero no sólo existe él, porque un vendaval termina por destruir el barco si no hay nada que lo sujete y lo lleve hacia adelante. Existe otra cosa, otra cosa que ahorita no puedo claramente delimitar o nombrar, pero que está allí en el fondo, esperando surgir en cualquier oportunidad, cuando los fuertes vientos se aplaquen.

Y es que nosotros mismos dejamos de soplar, cesamos el huracán. Es entonces cuando comenzamos a tomar decisiones acertadas. Claridad de mente, lo llaman algunos. Epifanías o revelaciones, si se ponen religiosos. Al final, sólo consiste en un poco de luz sobre lo incierto, para convertirlo en certeza de acción, en "cosas" que debemos hacer. Empero, para llegar ahí hay que errar, errar suficiente como para darnos cuenta de que no todo es tormenta. Y seguiremos errando, y seguirá lloviendo y seguirá soplando el vendaval, pero hay que coger la soga de la embarcación con nuestras manos. Nos quemaremos, saldrán nuevas cicatrices y nos veremos tentados a recurrir nuevamente al maquillaje... pero hay cosas más importantes, como navegar hacia un nuevo amanecer. Otro glorioso día de pie sobre madera.

Ahí mi explicación de por qué estoy más vivo que nunca: en estos últimos meses he estado de pie sobre madera, navegando hacia donde quiero navegar, tal vez hacia un nuevo amanecer. Quién sabe. Sólo puedo decir que estoy feliz de estar de pie, con la lluvia en la cara, ahora con alguien muy especial ayudándome a manejar mi caótica embarcación.

¡Hola amanecer! Espero que dures mucho brillando sobre mí.

Comentarios

Anónimo dijo…
Me cae demasiado bien tu novia ya por el simple hecho de que te haga tan feliz. :)

Entradas populares