Un pantano llamado Venezuela (III)

III. Los gases

Vengo de protestar por tercer día seguido con mis compañeros del Centro de Estudiantes de Comunicación Social. También con los de Sociología. Y con los de Economía. Ah, y los de Ingeniería. Y... bueno, mejor no sigo con el conteo porque esto no se trata de una cuestión farandulera, donde pongo los créditos al final. De paso que tendría que poner en ellos alrededor de 20.000 nombres (y perdón si me quedo corto) de facultades y escuelas tan distintas, de Universidades de doctrinas tan diversas, que esos créditos tendrían que partir primero por robarme las listas de inscritos en todas las Casas de Estudio del Área Metropolitana. Esas cosas, los latrocinios y la hacedera necia de listas, le quedan mejor a las personas que sucesivamente han pasado por los gobiernos de Venezuela.

Con lo anterior quiero decir que el despliegue del movimiento estudiantil venezolano es, en resumidas cuentas, masivo. Hay gente de sitios en los que ni idea tenía de que habían universidades que andan protestando, atendiendo a un deber que es suyo desde que las aulas fueron creadas tanto para impartir conocimiento como para debatirlo de forma lógica, coherente y racional. Esperarían que utilizara, en esta ínfula de efemeridólogos que el gobierno de Hugo Chávez nos ha inculcado, el ejemplo de los valientes estudiantes del Seminario y de la Universidad de Caracas en la Batalla de la Victoria para resaltar los valores que esta generación "tonta" tendría que rescatar. Pero no lo haré. No lo haré porque esta generación aprendió de los kamikazes japoneses en los libros de Historia y de los árabes con dinamita amarrada en el cuerpo en la televisión: al final, los familiares de estos héroes con causas se dieron cuenta, luego de llorar y de sentirse orgullosos por los honones recibidos, de que eran más útiles vivos que en pedazos sobre las cubiertas de los buques o convoys norteamericanos.

Y es que nadie recuerda a los mártires cuando son cientos o miles. Pero sí los recuerdan cuando sirven como expresión de un pensamiento plural que se discute, día a día, en una Academia. Sí los recuerdan cuando hablan de sus experiencias en los días de disidencia estudiantil y la ponen como ejemplo de la defensa de principios inalienables, sea en el ámbito social, económico, político o incluso ideológico (para los testarudos que se niegan a dejar fluir las ideas). Sí los recuerdan cuando los ven inmolando sus horas de ocio o estudio en una actividad tan tediosa como estar parados en una plaza, traspasados por un sol inclemente, esperando la decisión de unos supuestos líderes universitarios que se pelean el hueso de la atención pública como hienas flacas.

Para esta generación "tonta" -y pongo el entrecomillado porque el adjetivo lo utilizó Edmundo Chirinos, antiguo Rector de la UCV, en una entrevista de hace unos cuantos meses-, la inmolación de esas horas de ocio o estudio resulta una obra de mártires. A esta generación inactiva políticamente, que se había sumido en el hedonismo intelectual y físico como modus operandi ante un mundo cientos de veces más complejo que el del Rector Chirinos, hacer otra cosa distinta a salir del vicio de la apatía, producto de no hacer nada más importante en la política que rellenar un tarjetón cuando la madre se pone muy ladilla, es una proeza tan o más titánica que la de los venezolanos en el tope del Everest. Concédannos aunque sea el crédito de que hemos avanzado un salto cuántico hacia la noción de ciudadanía.

Antes de que alguien venga con moralismos de antaño, reconozco que la conducta a veces no es la más ejemplar: algunos salen por "los culos", otros salen por aparecer frente a cámaras -enfermedad llamada "pescuecitis"-, y otros combinan ambas en un afán lamentable de asumir cuotas de poder sobre la gente para las que no tienen ni méritos ni habilidades, como las citadas hienas. Pero esos son algunos, tal vez la mitad, tal vez tres cuartas partes, o tal vez sería útil que alguien me ayude pasando un censo entre los de la Plaza Brión para ver por qué carajo están ahí. Pero eso es lo de menos. Lo importante es que están ahí, estamos ahí, luchando por un principio aunque algunos no lo sepan.

Ayer, cuando traté de subirme a la autopista en una corrida de adrenalina que me permitió apedrear a un Policía Metropolitano, fui asfixiado por una bomba lacrimógena que me estalló a menos de un metro de la cara. Y entre los gases de una lacrimógena trifásica que me dejó con temblores y quemadas en la cara, me pareció ver un poco de luz. Quién sabe, tal vez entre los gases de las lacrimógenas esta generación "tonta" encuentre su vocación y pueda construir la Venezuela que discute diariamente en la Academia. Queda esperar a que se disipe el disturbio, se apaguen los ánimos, se callen las consignas y las piedras dejen de volar para ver si eso sucederá.

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