Un pantano llamado Venezuela (I)
Now I'm sad to say
I'm leaving it all behind today
Not going back this time
Not going back this time
It's all been seen before
I cannot stay here anymore
No regrets this time...
Nine - Anxiety Report.
I'm leaving it all behind today
Not going back this time
Not going back this time
It's all been seen before
I cannot stay here anymore
No regrets this time...
Nine - Anxiety Report.
I. Mitos, junglas y simios
No he escrito sobre mi experiencia en Europa porque no he tenido ánimos de escribir, porque escribir sobre Europa es hacerlo largo y tendido, y de verdad los dedos no me dan para tanta movilidad. De lo que sí puedo escribir, especialmente hoy, es del dolor que me produce ver Venezuela con los nuevos oculares que me dio salir de las tupidas fronteras nacionales a algo internacional, globalizado. Puedo sentarme ahora y desahogarme en este espacio, ya la gota que derramó el vaso de mi aversión al estado del país se evaporó y forma parte de esta estela de preocupaciones y mini-depresiones de vida que me escoltan últimamente.
Mi perspectiva ha cambiado tanto que Venezuela, desde que llegué, ha representado para mí poco menos que un suplicio. No estoy exagerando ni intentando ser contundente más allá de toda contundencia posible: en realidad me ha resultado difícil, amargo y desesperanzador, porque ver un país pudriéndose hasta los cimientos no es precisamente algo que llene de alegría a cualquiera. Los vapores de este miasma son densos y ocres, y me hacen querer vomitar de la repulsión o llorar cuando convierten en ácido el humor de mis lágrimas.
Estar una, dos, tres o cuatro semanas fuera del país es suficiente para darse cuenta de que esta ruina nos la hemos buscado nosotros mismos. La ley del más vivo configura esta especie de selva donde todos los monos nos lanzamos cocos mutuamente para ver a quién desmayamos y con el árbol de quién nos quedamos. Queremos con tanto afán ser los más beneficiados con el menor esfuerzo, que ni las reglas que hemos creado para la convivencia diaria cumplimos. Ahora, me pregunto yo -tal vez ingenuamente-, ¿qué sociedad puede existir sin reglas que le permitan establecer principios tan abstractos como bien colectivo, igualdad y respeto? ¿Tiene sentido tratar de organizar camarillas de individuos que andan rampantes y caóticos por las calles, maximizando la satisfacción de sus propios instintos y sin consideración del bienestar de los demás? Y, más allá de tener sentido, ¿vale la pena? Estoy empezando a tener mis dudas metódicas al respecto.
De todos modos, si en Venezuela se llega alguna vez a organizar una sociedad más allá del campamento de indios -como muy bien Adriano González León nos llamaba-, va a llegar un vivo con un cuchillo a cortar el tejido social porque así se puede escabullir por esa red y no aportarle un beneficio al conjunto de "iguales" en el que está inmerso. Hago la salvedad de entrecomillar iguales porque ningún venezolano es igual al otro en término alguno: siempre tiene un cargo público, un hermano en un cargo público, un primo en un cargo público o algún familiar enredado con el Estado que le hace ser distinto, único. Aquí lo que importa es el poder... Poder saltarse los canales burocráticos, establecidos con no otro fin que hacer más eficiente la labor del Estado. Poder ser más chévere y mejor que el otro por tener que trabajar menos duro para lograr lo que el otro logró con más esfuerzo pero con mayor conciencia ciudadana. Claro, el otro por ser venezolano igual, se va a sentir más pendejo, querrá ser más vivo que el vivo que lo dio por pendejo y querrá hacer las cosas con más velocidad, sin importar las desastrosas consecuencias sobre los que le rodean. "No joda, ese creyendo que es más pilas que yo. Ni que fuera Tío Conejo".
Obviamente en el párrafo anterior hay una falacia, porque digo que la burocracia venezolana funciona. Reconozco que es una falacia y corrijo: si esto último fuera así y de verdad la burocracia venezolana funcionara, o incluso si Sistema mismo no tuviera todas sus piñas rotas, tal vez la gente dejaría de cortar el hilo que urde a la sociedad en un colectivo. O tal vez no, cosa que es probable conociendo el carácter díscolo del venezolano. Si las cosas funcionaran, a fin de cuentas, todavía habrían chanchullos, macoyas y quién demonios sabe cuántas otras vertientes de crímenes sin calificar todavía. Es parte de la idiosincracia: ser díscolo a capa y espada sin importar qué tan bueno sea el Sistema, porque igualito vas a encontrar una manera de darle la vuelta y joderlo para beneficiarte.
Luego de aclarar la falacia anterior, el que ahora se siente víctima de una igual o peor soy yo. Los chanchullos, macoyas, la ley del más vivo y toda esa parte de la historia la dejaron afuera cuando de pequeño me vendieron la falaz Venezuela Próspera. Esa Venezuela de cuento de hadas, con su "había una vez un país muy muy rico con gente muy muy saludable". Asumámoslo: Venezuela no es nada saludable y no es un país rico. Ni a patadas. Nunca lo ha sido y mucho menos lo es ahora.
La gente es saludable cuando tiene qué comer, qué aprender y alguna meta, algún intento de autosuperarse, medianamente alcanzable. El país es rico cuando produce, cuando tiene infraestructura y cuando los habitantes que viven en él trabajan y reciben sueldos dignos, que les permitan vivir como seres humanos y no como monigotes guindados de una mata en un cerro. La gente es saludable cuando no está pensando todo el día cómo saltarse los canales regulares, conseguir las cosas sin esfuerzo y sin legalidad, beneficiar a su entorno inmediato o a ella misma sin importarle que su función social no le haya sido imbuida para acrecentar sus utilidades. El país es rico cuando tiene una población educada, civil, que cumple las normas y trabaja diariamente para superarse a sí misma y a la nación que "orgullosamente" encarnan. Nada de eso se cumple, así que ni somos saludables ni somos ricos. Puros pajaritos preñados e irreales... lo único que he estado viendo desde que llegué de Europa.
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