Emocionando la Polis

Ahora bien, ¿cómo se hacen esos conceptos que crean colectivos? La respuesta es simple y la dio Jean Jacques Rousseau al escribir sobre el lenguaje y sus orígenes: “No se comenzó por razonar sino por sentir”. El lenguaje, siempre percibido como la expresión de la racionalidad del hombre, tiene su origen primigenio, según Rousseau, en la necesidad de expresar los sentimientos, tal vez en un comienzo para establecer empatía. Entonces, la racionalidad formada a partir del lenguaje es sólo una hija estructurada, procesada y estandarizada de las emociones primigenias. Y los conceptos que sirven para crear colectivos tienen su caldo nutriente en las profundidades de la emocionalidad humana… es por ello que crean una adhesión capaz de burlar por completo cualquier atisbo de racionalidad.
Más aún, cuando los individuos se identifican con una serie de constructos que representan valores específicos, son capaces de mimetizarse con ellos como si se tratase de un vínculo familiar. Ya sea a través del aprendizaje o de la inducción social, el individuo acumula en su seno conceptos que se superponen a su calidad como individuo y lo integran a una masa informe, perdiendo su nombre y su norte entre los inacabables rebaños de la sociedad. Pero no se trata sólo de un fenómeno que ocurre de forma natural y “por ósmosis”: la argumentación para la aceptación de estos constructos es variopinta, basada en técnicas que recurren a la emoción humana, siendo la manipulación emocional una de las fundamentales. No en vano lo primero que se aprende en la oratoria aplicada a la política es el establecimiento de un vínculo empático con los escuchas, para hacerles sentir exactamente lo que se quiere que sientan y, de esa forma, lograr que actúen en consonancia con las palabras arrojadas.
Emocionar a la Polis es, de una forma u otra, la única manera de lograr que esa Polis se mantenga en un mismo cauce, que las diminutas gotas de agua no se disgreguen para formar otro río totalmente distinto, revoltoso y caótico. Es así como Alejandro Magno, hace más de 2300 años, aprendió su lección de Aristóteles al preguntarse si debía explicarle su tarea como gobernante al pueblo griego. El filósofo, padre de la Retórica, le respondió tajantemente: “No les hables de cosas tangibles. Las cosas tangibles se las lleva el viento como si fuesen una brizna de paja. Háblales de la gloria, la Patria, el valor y el coraje, y tendrás soldados fieles para el resto de tu existencia”.
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