Del Lenguaje y otras malformaciones visuales

Hablar es, de una u otra forma, regar espejismos. Hablar es otorgar a otros constructos teóricos producidos por un acuerdo social llamado lenguaje, para que sean paladeados, observados, palpados, olidos y escuchados rápidamente; y de su sabor, de su apariencia, de su textura, de su fragancia y de su sonido surjan imágenes singulares en la mente del que recibe esta descarga de sensaciones a través del vehículo de las palabras. Y es que el lenguaje no está más allá de eso: ser un reproductor de sabores que tienen un asidero en la realidad de nuestros 5 sentidos.

No obstante, esta reproducción puede ser sumamente engañosa, a fin de cuentas un espejismo: lo que se cree –y se hace creer- que existe en la realidad no tiene una expresión fidedigna en ella, a veces siquiera cercana. Por ello Aristóteles plantea en su Retórica que es tan fácil encontrar la verdad como lo verosímil, o lo aparentemente verdadero, porque ambos se perciben con la misma facultad. El lenguaje, a la sazón, puede cobrar las características de un ilusionista que dibuja figuras con humos de artificio en la mente de aquel que lo percibe, aprovechándose de las deficiencias visuales inherentes a su fisiología. Cabe entonces preguntarse ¿es el lenguaje productor de deficiencias visuales, o es él mismo una?

Sea cual sea el planteamiento hecho a través del lenguaje, obedezca bien a la retórica o a la dialéctica, se está pactando al aceptarlo con una “realidad” de la que no se tienen pruebas inmediatas, sino lejanos referentes, vagas ideas a fin de cuentas. Y si esa “realidad” se argumenta con suficiente fuerza –o mejor dicho, con suficiente tékhne o arte- el que la pronuncia se puede transformar de procreador de los espejismos, a procreador de realidades. No en vano es de uso recurrente el refrán “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, aún cuando no estamos en la capacidad de determinar, dentro del proceso lingüístico, qué es una mentira y qué es la verdad.

De esta forma, el lenguaje pasa a ser un ojo atrofiado por la credulidad: la incapacidad de demostrar sus asideros reales dentro de sí mismo le hacen ser sumamente miope. Mientras más lejos se encuentre el objeto que se está “viendo” a través de él, mientras menos pueda ser sujeto al análisis de los 5 sentidos, más fácil será crear figuras de humo en su respecto como buen ilusionista artificioso, dibujando en el aire paredes que no se tratarán de tumbar por lo verosímiles que parecen. La única fórmula oftalmológica que existe para remediar esta situación: la clarividencia… y los humanos no somos muy duchos en ella.

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