Cacería


Odio a mis fantasmas. Trato diariamente de vivir con ellos y cada vez me convenzo más de que los odio.

Me siento como Prometeo: cada cierto tiempo, ellos resucitan de entre mis entrañas, se convierten en un cuervo y se dedican a devorarme por dentro. Sacan pedazos, órganos, vísceras que habían tardado siglos en regenerarse; abren cicatrices pacientemente cosidas con un solo zarpazo. Me dejan en pedazos y luego vuelven a acurrucarse en algún lugar dentro de mí, esperando para volver a alzarse a la menor señal de problemas.

Hay veces en las que los siento abrir espacios nuevos: se sienten como mineros afanosos, sucios, inmisericordes, abriendo trechos dentro de mí buscando algo que no sé qué es, pero que no espero que encuentren. Las galerias que abren son para ampliar sus catacumbas, porque cada día sus filas incrementan indeteniblemente. Cada vez que doy un paso en esta vida, dejo un rastro de dolor en el sendero por el que avancé. Así no haya sino pisado la grama. Y de ese sendero, surge un fantasma más que se une a los otros, contándoles nuevas historias, reforzando su odio hacia mí.

Mis fantasmas mayores son mujeres. 3, específicamente. 3 fantasmas que comandan las huestes de niebla en su paso destructor. 3 fantasmas que actúan por motivos distintos, pero que tienen el mismo efecto: obliteración. Uno es un espíritu protector que conozco desde hace ya varios años: no desea que la destrucción que dejé sobre él se esparza a otras regiones de otros mundos. Por eso me mantiene a raya, asediado, temiéndole detrás de esta fortaleza que sé derrumbarán con la primera embestida.

Otro, es una abominación de los instintos elementales: depravación, lujuria, hambre, locura. Es una banshee, una terrible súcubo, insaciable, enferma. A ella no le temo, pues he peleado en su terreno y he emergido victorioso, a punto de morir desangrado, pero victorioso. Sólo es su aparición la que me da miedo, porque los recuerdos de la batalla todavía no se han asentado, y las heridas aún están infectadas. Toma tiempo restañar estos desgarres, toma tiempo descansar los ánimos para no convertirme de nuevo en un berserker.

El último de mis 3 fantasmas es indiferente, inseguro. Es un depredador disfrazado de cordero, al que se le olvidó que tenía el disfraz puesto y se imaginó a sí mismo como un simple animal de granja. El pavor que da la forma real, la del depredador, hace imposible cualquier batalla. Es tan indiferente a lo que le suceda, un hoyo negro que absorbe toda la materia que se le arroje sin producir algún resultado más que la inmutabilidad.

Mis fantasmas no son gratuitos. Me los he ganado a pulso. Son el estigma que llevo en todo el cuerpo, evidencia de que he vivido. Quisiera construirles un lugar tranquilo, una catacumba donde puedan descansar, donde pueda visitarlos con sosiego, sin salir desmembrado de la acogida.

Pensándolo bien, no odio a mis fantasmas: odio que estén allí. Odio no poderlos poner a descansar definitivamente, transformarlos para siempre en un recuerdo. Sé que todos tenemos fantasmas, pero nadie los quiere corriendo por allí libremente, destruyendo lo que esté a su paso. El problema... es cómo hacerlo.

Comentarios

Anónimo dijo…
Lus Santiago yo tambien los tengo a ellos´´ellos´´casi acaban con mi familia , empecando por mi...pero los emos vensido yo t puedo ayudar:
g_mota13@hotmail.com
ellos siguen aqui por q yo lo he querido...
los dos mundos hemos aprendido a temernos...

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