Morteros

Este es uno de esos días de guerra. De esos que quedaron atrás en la memoria y adelante en el vivir. Este es uno de esos días donde el terror es tan profundo, donde el paso hacia la vanguardia trae la mina antipersonal, y hacia la retaguardia el tiro del oficial superior. El desembarco frente a costas desconocidas, con el mar a cuestas conocido, sobrevivido y sabido turbulento.

Este es uno de esos días de guerra donde el presente no sirve, porque el próximo gran proyecto a iniciar está franqueado por murallas infinitas en la luz del atardecer nublado. Hay que destruir los muros primero, con las manos desnudas, con las uñas que pronto se separarán de los dedos, y escalar por los huecos para plantar los explosivos. Luego cubrirse de la explosión, de las esquirlas, de los pedazos de muro que continúan hasta el último momento su tarea de no dejar pasar.

Pero caído el muro, el gran proyecto no se puede iniciar: todavía quedan los que estaban detrás de él, opuestos al caminar, a las minas antipersonal, a los oficiales superiores y a los explosivos. Disparan sin tregua, defendiendo la posición que antes marcaba la muralla y ahora dibujan pequeños fragmentos de concreto en el suelo, sobre los que posan sus botas pulidas, un poco salpicadas de arenilla. Esas botas que pisarán cadáveres si la muralla se vuelve a levantar y la costa se vuelve a limpiar.

Al terminar la tarde nublada, la noche cubre de incertidumbre y pequeños relámpagos traicioneros en el lente del binocular. En ese momento comienzan a tronar: los morteros convierten la tierra en túneles sin entrada ni salida. Acompañándolos, el cielo cae sobre ellos convirtiéndolos en remolinos sólidos, que arrastran los pies, mojan las mechas y tapan los caños. Pero los morteros siguen, imperturbables, su labranza a lo largo de la noche.

Al amanecer, callan. Sus bocas ya no humean más, sus dueños ya no los inclinan buscando el ángulo perfecto para el túnel perfecto, su silencio parece estar pintado de blanco. Los oficiales superiores, los caños y las botas se arremolinan en una formación silenciosa, de procesión, bajando los cascos, cubriendo las caras de los lacerados por el fuego que ahora se ha extinto.

Cada vez el gran proyecto parece algo más inútil. Cada vez el mar es más turbulento y más pesado a la espalda. Cada vez los días de guerra se llevan más con ellos.

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